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viernes, 5 de agosto de 2011

Fanfic: Fotogénico. (Sapphiire Moon) {1/3}

 


Disclaimer: Hetalia no me pertenece, es de Hidekaz. Todos los derechos le están reservados.

Contiene lemmon.
Os paso el LJ de la autora, que supongo que hará falta en estos casos~ ¡El LiveJournal!  
Que disfrutéis~ <3

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El álbum de fotos de España era una auténtica desgracia. Frunció el ceño mientras pasaba la página, para encontrarse otro espacio vacío sin un sólo rastro del rostro de Romano.

No entendía como podía ser, porque tenía tantas fotos suyas. Y era prácticamente imposible encontrar una dónde el italiano no te mirara mal o se estuviera escondiendo de la cámara.

No pararía de intentarlo a no ser–– España estaba completamente seguro de que jamás se rendiría, continuaría intentando capturar el precioso rostro de Romano a cada oportunidad.

Pero por mucho que intentaba recordarlo, la última vez Romano huyó de la cámara como si ésta tuviera la peste.

A la mínima que enseñaba ese aparato, Romano desaparecía.
Pero en cambio cuándo no conseguía escapar de la cámara, se resistía tapándose la cara con la mano, o simplemente se escondía detrás de alguien más alto.

Se negaba poner un triste dibujo de su italiano, ya que una vez le obligó a sentarse encima de sus piernas cuando era pequeño y le sujetó con firmeza para que no escapara de su asiento.

Pero se quedó decepcionado cuando vio el rostro enfurruñado de Romano en el cuadro, el artista le explicó que aquella era exactamente su expresión en aquel mismo instante.

El español tenía una foto que era capaz de proteger incluso con su vida. La tomó en un picnic que hicieron los dos, y España hizo la foto justo cuando Romano se giró hacia él mientras reía. El italiano le atacó automáticamente y le pidió que destruyera la cámara, pero la victoria de España era definitiva; no lo haría jamás. Más tarde imprimió la foto a escondidas y la guardó en su cartera, dónde Romano jamás la encontraría.

El resto de países tenían un montón de fotos de las personas que significaban algo para ellos. Pero él no.

España pasó otra página, encontrándose ahora con su pequeño parado ante la cámara, dirigiendo su mano hacia su cara para cubrirse de nuevo.

¿Por qué hacía eso?

Trazó con el dedo la silueta del italiano. ¿Por qué no le gustaba hacerse fotos?

¿Qué haces, idiota?” Antonio se sobresaltó y levantó la vista al ver a Romano paseándose por la sala, aún con su pijama.

Se resistió a decirle lo adorable que se veía en aquella foto que le tomó hace tiempo, escondiéndola.

Pero era demasiado tarde.

¿Qué escondes?” preguntó Lovino, sentándose a su lado y quitándole el álbum de las manos. Miró la primera página, quedándose quieto un momento.
En ella salían varias pinturas de él y su Jefe. Tras unos instantes se mordió el labio inferior, pasando a la siguiente página.
Aquí se veían varias pinturas más –De un pequeño Veneciano y unos jóvenes a su alrededor; Austria, España y Francia...–

Se congeló al ver un dibujo suyo, no tan joven cómo para llevar vestido, pero no tan mayor cómo lo era ahora; no sonreía, pero tampoco miraba mal cómo lo hacía en el resto de fotos.

¿De dónde has sacado esto?” preguntó, con un tono de voz algo seco.

El español miró dulcemente la foto. “Le pedí a Veneziano que lo dibujara,” explicó. “Quería una dónde no estuvieras enfadado...”

El italiano frunció el ceño. “Salgo fatal.”

Pero simplemente sales cómo siempre–“

Lovino se dio prisa en pasar a la siguiente página. Ahora parecía algo más relajado; en ella habían más dibujos, especialmente de Francia.

Pero el español no paró de estudiar las reacciones de Romano a cada foto que veía en cada punto del álbum. Con la mayoría se mostraba indiferente, pero había algunas a las que miraba con desaprobación. Seguramente en las que salía él... Cada vez que veía una foto suya, parecía que no le gustaban nada de nada... Fruncía el ceño, se sonrojaba y intentaba pasarlas lo más rápido posible. Era muy curioso...

Lovino pasó aproximadamente una media hora examinando el álbum. En cuánto terminó, lo cerró y permaneció en silencio unos momentos. Se giró hacia el español después, mirándole con seriedad.

Quiero que te deshagas de todas las fotos dónde salga yo.” España tragó saliva. “¡De ninguna manera!” exclamó, arrebatándole al italiano el álbum en cuánto tuvo oportunidad. Eso ocasionó la furia del menor, quien no tardó en intentar quitarle aquel archivador, ¡pero el español no iba a dejar que destruyera sus recuerdos tan fácilmente!

¡Dámelo!” gritó Lovino. “¡Son mías, así que no te pertenecen!”

Son mías, ¡y nadie puede decirme que debo hacer con ellas!” le contestó el español, intentando escapar del italiano, apartándole.

El italiano no se daba por vencido, y su rostro cada vez mostraba más enfado. “¡Que me las des, joder!”

¡Qué no!”

¡Qué sí!”

¡Y una mierda!”

¡Joder, deshazte de esas malditas y horribles fotos o te quemo todo el puto álbum!”

¡NO!” Protestó de nuevo el español. “¿Por qué dices qué son horribles? ¡Son mis favoritas!”

¡Bueno, por mucho que lo sean––“ Se detuvo un momento y apretó los puños. “¡No soporto que me hagan fotos!”

España replicó. “¡Pero eres muy mono!”

¡No, no lo soy!” el italiano saltó del asiento. “¡España, imbécil, más te vale destruir esas malditas fotos! ¡Dan vergüenza, las odio y te voy a odiar si no te deshaces de ellas!” Entonces salió de la habitación, dejando a un solitario y perplejo España.

¿Por qué? ¿Por qué no le gustaban las fotos? ¡No daban nada de vergüenza! Suspiró y se lanzó hacia el conjunto de almohadas que había en el sofá, tapándose la cara con el álbum de fotos abierto.

Bueno, quizá sus motivos no estaban aclarados del todo, aún. Romano suele tener una muy mala opinión de él, la verdad es que no entendía cómo podía pensar eso. Pero quizá era porque Romano nunca se fijaba en las cosas buenas que tenía. Cosas que sólo tenía él, por supuesto...

Antonio sonrió para sus adentros; se le había ocurrido una idea increíblemente brillante.

*~*~*

Ya estaba todo en su sitio. La cámara en un buen escondite, y así España sólo tenía que acercarse al armario para pulsar el botón del Play. La parte más difícil era la de convencer a Romano para que se acostara con él. Si tenía suerte, tan sólo ofrecería un poquito de resistencia.
Siempre ha sido muy difícil predecir las reacciones de Romano, supongo.

El español se pasó el día intentando provocar al menor –pequeños besos, ligeros toques a su rizo, piropos inesperados... Los piropos siempre servían para llevárselo a la cama.– Con sólo tocar en los lugares correctos, arrinconarle contra la pared y besarle con pasión no bastaba, ya que el italiano le apartaba y salía corriendo hacia su habitación.

Pero en cuánto le decía que él era más mono que Veneziano, el italiano ya se rendía a sus pies y le dejaba hacerle todo lo que quisiera. Era un truco bastante rastrero, pero Lovino era una persona muy difícil en esos temas y o usaba esas maneras, o no conseguiría nada.

Comenzó a desabrocharse la camisa, mirando de reojo al espejo, viendo a un Romano tumbado en la cama, disimulando para intentar ver la espalda del español. Estaba un poco ruborizado, con el rostro medio escondido y no paraba de pasear sus dedos por el filo de la almohada.
Antonio retuvo una sonrisa. Definitivamente, tenía ganas de marcha.

Se giró disimuladamente y presionó el botón del Play, y entonces la pequeña luz de la cámara se volvió verde. Miró de nuevo hacia el espejo para ver si Romano se había dado cuenta, pero estaba demasiado interesando estudiando la espalda del moreno.

El mayor decidió dejar así tal cual su camiseta, pasando a desabrocharse los pantalones. Se deshizo de su cinturón y lo lanzó lejos de él, mostrándole así un pequeño espectáculo a su pequeño. Sabía que tenía un buen trasero y también sabía que le pertenecía a Romano. El cuál lo adoraba.

¿Sabes?” comenzó el español, quitándose uno de sus calcetines. “Los tomates están creciendo realmente bien este año.”

Mmm,” fue la respuesta de Romano.

Se quitó por fin el otro calcetín, manteniendo aún una distancia prudencial. “Creo que es porque los tratas con mucho amor. Cuántos más años los cuidas tú, mejor crecen.” España miró hacia el espejo justamente cuando Romano se relamía, percatándose de ese gesto.

Tampoco paso tanto tiempo en su casa para que pase eso,” Romano intentó dar una respuesta coherente.

¿De verdad?” El español le puso en duda. En lugar de enfadarse, el italiano escondió su rostro en la almohada para ocultar su sonrojo. Antonio casi echó un grito al aire por su buena suerte. Estaba de muy buen humor hoy.

El mayor por fin se giró hacia la cama, quitándose la camiseta al fin. “Creo que usas magia con esas plantas, Romano,” prosiguió. “Las has cuidado desde que eras pequeño, ellas te adoran.” Las orejas del menor se volvieron rojas. Los halagos del español iban en serio, aunque ya se veía que eran para provocarle.

No solía decirle tantos cumplidos, así que cuando le daba por hacerlo se sentía tan ligero y feliz.

Era un poco triste para España, pero Romano solía ser más fogoso en la cama cuando le dices este tipo de comentarios. Así que lo que pretendía el español era alargar ese buen humor cuánto más le fuera posible.

Cuando vio que ya hubo bastante, se acercó a la cama y se inclinó hacia ella delante de Romano, acariciando su suave cabello con sus dedos. “Romano, ¿crees que esta noche podríamos acostarnos?” preguntó con intención.  

________


¡Continuación!

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